Shiermonnikoog                         Lawersoog                          Leewarden

Jueves, 9 de agosto del 2001

 

Nos hemos levantado a desayunar a las 10:00 y hemos conocido a la dueña de la casa. Era una señora rechonchilla, que nos ha dado la mano y nos ha dicho su nombre, pero ya no lo recordamos ninguno. Para desayunar, como cosa curiosa, nos han puesto fresas y melón. La mermelada parecía casera, y también teníamos leche de mini-dosis o cartón de leche a elegir, mortadela con sabor a paté, queso...

Tras desayunar, hemos decidido irnos de excursión a una isla. Soni ha contado que la niña-gato no quería dejarla ducharse.

Hemos ido al Spar ha hacer las comprillas que no pudimos hacer ayer: ya se sabe, chorraditas varias y bebidilla, sobre todo.

Yo, además, he perdido un tiempo considerable en intentar poner un compact para el desayuno. Es que el compact está jodido y hay que abrir y cerrar la tapa 80 veces hasta que entiende que tiene dentro un compact y lo pone.

Pues definitivamente, tras las compras nos hemos ido a la isla de Schiermonnikoog. Llegamos al ferry a eso de las 12:00. Entendimos que salía uno a las 12:30 e hicimos tiempo. Fumamos uno de nuestros ya escasos porros, yo encontré una cabina y llamé a Quintana para felicitarla.

Posteriormente, descubrimos que a las 12:30 no salía ningún ferry; por lo que dedujimos que ya no podíamos ir a Shiirmonnikoog, sino que ahora íbamos a otra isla que se llamaba Lawersoog. Soni ya había pillado un mapa de la primera pero bueno, ya que habíamos pagado el parking cogeríamos el ferry, ¿no?

Frase de Frank canturreando... “Imposible aterrizar en la costa del nibelungo”.

Llegó el ferry... ¡pedazo ferry! El viaje duraba 45 minutos. En el ferry ponía que tenía capacidad para 1220 personas. Tenía digamos que cuatro plantas. Abajo los báteres; en la primera, que era por donde entrabas, una especie de cafetería con mesas y zona de fumadores y de no fumadores. En el segundo, las bicis. Podías fumar e ibas al aire. En el tercero, en el que no podías fumar, unos banquitos (porque en el segundo no había bancos) y veías de muy cerca las gaviotas. Entre pitos y flautas entre la ida y la vuelta probamos todas las posiciones.

 

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Empezamos tomando un refresco en la primera planta, pasamos por el segundo piso y acabamos tirados en el tercero. Por el camino, fuimos convenciendo a Frank para alquilar unas bicis, y al final cedió a regañadientes. Así que, según llegamos, nos alquilamos las bicis: dos sin frenos (la de Frank y la mía) y una con frenos (La de Soni).

 

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Pues ya al bajar del ferry confirmamos lo que había sido una sospecha durante el viaje en ferry. Estábamos en Schiirmonikoog, la isla correcta, y el lugar del que salíamos era Lawersoog. Así que teníamos mapa, bici y ánimos para hacer deporte. ¡ja!
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Ya en la primera curvilla hicimos un pequeño inciso. Apoyamos las bicis en sus patas de cabra, me dispuse a sacar una foto de Frank tirado y Soni sacando con la videocámara when de repente... ¡mi bici se cae! Con tan mala suerte que el foco trasero topa con el guardabarros delantero de la bici de Sonia, rompiéndose acto seguido en unos quince pedacitos. Un par un poco grandes y el resto rejodidos de pequeños. Frank se pegó un susto que te cagas, porque pensó que se le caía la bici encima, y justo saqué la foto. La verdad es que parece que Frank se acaba de pegar una torta de espanto.

Bueno, pues arreglé el desaguisado como pude (no muy bien, por supuesto, qué os habéis creído que soy, ¿McGuiver?) y seguimos pedaleando. Llegamos al pueblo y encontramos un súper, así que decidimos hacernos un picnic.

Nos pillamos salchichón, queso, paté, mortadela, sandía y dos baguettes. Continuamos con el deporte. Qué vida más sana que llevamos, jo, jo, jo. Encontramos una mesita en un caminito rodeado por árboles y dispusimos nuestros útiles. Zampamos guay un poco de todo y venga, a bajar la comida.

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Cuento un poco cómo era la isla. Había campos cercados por riachuelos donde pastaban ovejas; había dunas y playa en la zona norte, una ciudad de esas idílicas de anuncio, y explanadas verdes y pedazos de bosque. Vamos, un flipe. Llegamos a la playa y ya allí nos aparcamos en la arena. Una vez más, la suerte nos sonrió: un cuarto de hora después de echarnos en las toallas, las nubes taparon el sol y el viento que viene del mar del norte es la ostia. Tuvimos que ponernos los jerséis, pero aun así estuvimos un ratillo allí tirados. Soni se dio un paseo y comprobó la temperatura del agua con los pies. Dijo que, como suele pasar, las piscinillas estaban tibias.

Cualquiera que lea estas líneas dirá: ¡coño! Qué peligro. Frank, Soni y Noe montados en bici todos fumados. Pues no. Que conste que salvo pequeños percances sin importancia, el viaje fue una demostración de control de las bicis sin frenos. Frank se metió en un campo todo contento para merendar en él, y con la hierba no vio que había una especie de escalón para bajar de la carretera al campo, así que casi se muere del susto. Yo creo que pensó que se había metido en un pantano. Yo, cada vez que pasaba algún bache, soltaba pedacitos de mi luz trasera rota... vamos, detalles sin importancia.Pues a las 5:30 nos encaminamos hacia el ferry, porque el de las 6:30 era el último, y si no nos teníamos que quedar a dormir en la isla.Llegamos perfectos de tiempo. El tío de las bicis nos e dio cuenta del accidente y nos montamos en el ferry.Como anécdota, decir que en el último tramo en bici, atravesamos por el centro un campo lleno de ovejas y las muy capullas ni se inmutaban al pasar por su lado a toda caña.Pues en el ferry de ida apenas había gente pero en éste, con eso de ser el último, iba hasta el culo. Nos subimos a la planta segunda y, por el camino de subida, a Frank se le subió la bola. Sería el comienzo de un doloroso peregrinaje que ha seguido ya todo el día de hoy. Hemos encontrado un hueco resguardadillo y nos hemos sentado en el suelo. Frank meditando, yo escribiendo en mi cuaderno y Sonia con las pinzas, quitándose pelos de las piernas.

Bueno, pues era un descojono. Todo el mundo la miraba flipado. Una enana se paró enfrente suyo toda flipada. Y Frank y yo meándonos de la risa mientras Soni decía “¡qué, qué pasa! No molesto a nadie, ¿no?”. Hemos llegado a nuestro destino y, al empezar a salir, al lado nuestro iba un niño con un perro de estos con flequillo a los que no se les ve los ojos (y que claro, no ven un carajo), y le ha lamido a Soni un dedo del pie (el perro, no el niño).
    Nos hemos montado en el coche y hemos decidido irnos a Leewarden, que es la capital de Frisia, para cenar y para encontrar algún coffe. Nada más llegar ubicamos la iglesia, aparcamos cerca y empezamos a batir la zona.

En seguida encontramos el Relax, muy guapo. Era de los coffes sin alcohol, y el tío entendía algo de castellano. El ambiente del bar era muy acogedor. Además, como ya empezábamos a sospechar, fuera de Ámsterdam la marihuana es mucho mejor y te la venden en mayor cantidad. De ahí nos fuimos a cenar a una pizzería, “Cleopatra”, que también tenía shoarma (vamos, una comida turca de esas que tan bien sientan a nuestras tripas). Nos comimos dos pizzas gigantes (sin nada del otro jueves: queso, salami, jamón... una tenía champis y cebolla). Y primero tratamos de buscar otro coffe, pero a Frank le estaban dando txungos en la rodilla y teníamos una fiestilla pendiente en la casa. Así que para allá nos fuimos con nuestras “White widow”, “Salew Witje” y “Power Skunk”, tan queridas y deseadas.

Además, hemos de decir que esta noche Frank tenía un escape. Se movía a poner el casette... y olía a María. Encendía la luz para mirar el mapa... y olía a María. Vamos, como para cruzar Francia así.

Pues hemos llegado a la casa. Yo me he dado una duchilla, Frank se ha echado reflex en su maltrecha rodilla, y nos hemos tirado en los sofás con música de Ennio Morricone. Los belgas estaban levantados, pero pronto se han ido a la camaÅ. Al ir a fumar los porros fuera, no se veían las estrellas que vimos ayer. El cielo está encapotado. Además, hemos visto en nuestras narices una araña gigante devorando a una mosca. Frank se estaba quedando sobado y se ha ido a la cama. Un ratito después, tras acabar un capítulo, Sonia se ha ido también, y yo me he quedado escribiendo este diario de viaje. Son la 1:20 a.m., y creo que ya va siendo hora de irse a dormir, ¿no? Pues que aproveche.

Último comentario: Un flipe del viaje en ferry era ver a las gaviotas. Planeaban por encima y alrededor nuestro, y pillaban al vuelo la comida que les arrojaban los críos. Mira que paradas, en el suelo y dando saltos, las gaviotas son feas; pero ahí arriba son realmente hermosas.

 

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