Jueves, 31 de Julio

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La noche fue ligeramente accidentada: pese a que el tiempo el día anterior había sido fantástico, con lo que habíamos dejado colgada la ropa; por la noche cayó una tormenta tremenda. Afirmaré también que mis comentarios durante la cena de que veía relámpagos a lo lejos, habían despertado la burla de mi compañero de viaje, insinuando que tal vez tenía problemas de alucinaciones. Infectoooo, efectivamente eran relámpagos, y la tormenta fue apoteósica. Es mas, a las 4.30 de la mañana, como habíamos dejado las ventanas abiertas, éstas comenzaron a golpear y tuvimos que levantarnos a cerrarlas. Finalmente nos despertamos a las 9.15 de la mañana, recogimos todo, comprobamos el grado de inundación de mi camiseta turca y de los calcetines de Juan, y decidimos atarlos a la parte exterior de la mochila para evitar el olor a humedad.

Nos fuimos a desayunar a la casa de Silvia, y contemplamos el jardín un rato. Silvia nos contó que su madre se había empeñado en talar un maravilloso árbol que estaba en el centro del jardín. Nos enseñó distintas fotos de su etapa en Nantes, y nos despedimos de toda la family. Antes de irnos a la estación, nos pasamos por un súper y yo compré una botella de vino tinto italiano para probar en casa.

Nuestro tren, como ya dije ayer, salía a las 13.45, y llegamos con tiempo de sobra para hacer la prenotaccione. Estuvimos un rato parados en el coche despidiéndonos, y luego Silvia nos acompañó hasta el andén correspondiente. Nos despedimos efusivamente, y ya nos dirigimos a nuestro destino final: Hendaya. Eso sí, pasando por Lion. Y nada, comienza de nuevo la tralla viajera, solo que ahora estamos en la recta final. Llegamos a Lion a las 19.35, y descubrimos que había dos paradas y no sabíamos en cual bajarnos. La última se llamaba Lion Perrace, y como nos gustó mas el nombre, decidimos bajarnos allí. En realidad, resultó que daba un poco igual, porque todos los trenes parecía que pasaban por ambos sitios. Evidentemente, lo primero que hicimos fue ir a comprar el billete hacia Hendaia, pero cual sería nuestra sorpresa cuando la mujer nos informó de que ya no había billetes para dicho tren. Mierda, nos dijimos. Meditándolo bien e informándonos de los trenes que bajaban hacia allí, decidimos irnos a Burdeos. El tren salía a las 22.22, y era uno nocturno. Pero encima, nos decía el hombre de la ventanilla que no podíamos hacer reserva, que bajáramos al andén correspondiente media hora antes y le dijéramos al revisor, que él nos acomodaba en uno y otro sitio.

Como aún no había anochecido y había un par de horitas por delante, decidimos dar un paseo con las mochilas a cuestas. Nos costó un poco salir de la estación, porque era hipersicodélica. Nos paramos en un puente, y allí una mujer nos sacó una foto con el río debajo nuestro.

 

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Llegamos a un parquecillo que se llamaba Gailleton, y nos sentamos a contemplar una extraña fuente que encima estaba estropeada. Salían 4 chorros de agua alternos que se depositaban en unas rejillas y luego volvían a ser expulsados. El problema, es que algunos estaban descentrados y no apuntaban al sitio correcto, y además el viento perturbaba su normal funcionamiento. Al ratito de estar allí sentados nos vino un anciano enajenado con un extraño perro que se empeñó en querer orientarnos hacia donde debíamos ir. Le dijimos que sí a todo, porque encima el viejo solo hablaba francés y no le entendíamos un carajo. Es mas, vimos a varios enajenados rondar a nuestro alrededor, y decidimos movernos a otro parque. Y así llegamos a uno mucho mas grande, con un gran monumento a la república. Allí nos sentamos en un banco a charlar, y la única anécdota curiosa fue la de una chavalilla que al pasar a nuestra vera se desequilibró un poco, y metió el pie en un estanque. Iba con dos amigas, y todas se estuvieron tronchando un buen rato, evidentemente igual que nosotros.

Nos dirigimos ya hacia la estación para comernos algo antes de montarnos al tren, pero éste llego bastante antes, y hasta que localizamos a la revisora para regularizar nuestra situación, y conseguimos meternos en nuestro cubículo, no pudimos alimentar nuestros hambrientos estómagos. La mujer no entendía ni castellano ni inglés, y nos costó bastante comunicarnos con ella. Nos hizo esperar un rato, porque parece que solo podía asignarnos cama si sobraban plazas en alguna litera. Pues menos mal que no se llenó el tren, porque si no nos veía durmiendo en el andén de Lion.

 

Pero bueno, finalmente con la ayuda de otro pasajero que andaba cerca y hablaba inglés, conseguimos entendernos, y nos asignó dos camitas en un cubículo de seis camas. Iba con nosotros un surfero que trepó a la de arriba del todo, y una pareja que se quedó en la zona media, pero la verdad es que ellos se subieron mas tarde que nosotros. Cada litera nos costó 15 euros de nada (ya te digo, que negocio). Cenamos sentados en el suelo, porque sino te dabas en la cabeza con la cama, y nos sacamos una foto piratil, con la navaja entre los dientes. Que conste que las sardinas de Isabel griegas manufacturadas en Bermeo no cayeron aún esa noche, tendríamos que esperar al día siguiente.

Una vez cenados y cuando ya nos dispusimos a dormir, me salí a fumar un cigarro al descansillo y allí que estaba el surfero, fumándose de estrangis un porro. Yo me fumé mi cigarro, y opté por irme a dormir definitivamente, porque no había muchas mas opciones compartiendo el cuchitril. Ah, y olvidaba contar que nos costó un huevo encontrar el truco de las sábanas, que eran una especie de sacos deformes, con un lado mas largo que el otro. Al principio los pusimos mal, pero finalmente pillamos el tranquillo.

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