Martes, 29 de Julio

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Este día ha sido de nuevo un día rutero a tope. La caña de la araña en viajes, vamos. Nos despertamos a eso de las 9 de la mañana, ya hora italiana. Al principio pensaba que no tendría que consumir en el garito de usureros en el que íbamos montados, pero finalmente decidí permitirme un maravilloso café. Eso sí, no se si pillé frío o qué durmiendo, pero tenía una fantástica cagalera que me llevó de cabeza al baño tras el café.

Puse un poco de orden en la mochila para no tener que hacerlo luego, y la verdad es que nos tiramos horas y horas vegetando. Jugamos partidas a la escoba, nos tomamos alguna lata, tomamos también el sol... hacía muchísimo mas calor que en el otro viaje. Era un calor de esos húmedos repugnantes por el cual nuestra sudada era bastante apoteósica. Yo me quedé con la parte de arriba del bañador, pero si entrabas para algo en el palacio flotante, con el aire acondicionado se te ponían como escarpias.

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  Llegamos al fin a Ancona a las 2.10 de la tarde: nos costó un poquito salir del barco dada la cantidad de gente que quería hacer lo mismo; y luego simplemente seguimos la corriente de gente hasta una parada de autobús, donde todos pararon. Las chicas que nos habían dicho lo del ferry a Ancona allá en Grecia nos dijeron que si que había un trechillo hasta llegar a la estación de tren, que era mejor ir en bus; así que allí nos quedamos esperando. Cuando éste llegó, como había mogollón de gente a la cola, vimos que en la puerta trasera había sitio, así que nos colamos infamemente y, apachujados completamente, conseguimos llegar a la estación de tren. Algún perro de delante comenzó a decir que “el de la camiseta turca” se había colado, así que yo me hice la longui.

Una vez en la estación, vimos que partían en breves momentos dos trenes hacia Milán, pero en ambos había que pagar, porque eran un eurostar y un intercity, mientras que el gratuito es el interregionale. El primer interregionale a Milan salía a las 4.33, así que dejamos nuestros bultos en el andén, echamos a suertes quien iba a comprar provisiones, y finalmente se tuvo que quedar allí Igor. No había ni un puñetero supermercado abierto, ya que eran mas o menos las tres de la tarde, y después de una considerable caminata, decidimos entrar a un bar a comprar sandwiches hechos. La chica era maja, y pillamos al final dos triángulos para cada uno. Además, al volver a la estación, llamamos a Silvia para que supiera que llegábamos de vuelta a Milán y volviera a buscarnos.

Y por fin, a las 4.33 en punto, comenzó nuestra etapa final de la carrera que llevábamos desde que abandonamos Samos. En Milán pararíamos a descansar por fin de tanta tralla de viaje.

La mayoría de la gente mochilera que se montó en nuestro tren se bajaba en Bolonia. Yo estuve hablando con un catalán que me contó sus mas bien desventuras con los griegos.. no le habían caído muy bien. Yo les defendí en la medida de lo posible, yo que sé, a nosotr@s no nos trataron tan mal. Me le encontré en varias pausas de cigarro en el descansillo del tren, al lado de los baños.

Cuando pasamos Bolonia, poca gente quedaba aún en el tren. Todos eran italianos, así que se acabaron las conversaciones. Echamos la que sería la última partida de Parchís, en la cual vencí cual campeona que soy pese a que parecía que Igor iba a resultar vencedor. El tanteo definitivo fue Igor cuatro puntos, Noe cinco puntos, y Juan tres puntos. Después del clima de tensión general tras dicha partida, decidimos abandonar el parchís ya por el resto del viaje, así que lo guardé con el resto de cosas inútiles de la mochila.

Finalmente, conseguimos llegar a Milan a eso de las 22.00. Tratamos de enterarnos de los horarios de trenes a Lion para tener un poco asegurada la vuelta, pero la oficina de información estaba cerrada y en la ventanilla de los billetes no sabían decirnos. Silvia nos estaba esperando, que encanto, nos ayudó a comunicarnos con la gente de la estación y luego nos llevó a su casa de nuevo. Bueno, a la de su abuela. La mamma había hecho pastel de chocolate que disfrutamos como bellacos. Nos dio pasta para cenar, y yo me pegué una maravillosa, fantástica, refrescante ducha. Luego nos bebimos un par de cervezas que estaban en el frigorífico y charlamos un ratillo. Habíamos estado leyendo la guía para proponerle a Silvia alguna excursión al día siguiente, y nos habíamos fijado en la zona de los lagos, al norte de Milan. Cuando le propusimos hacer una excursión, ella dijo exactamente lo mismo, así que ya quedó decidida nuestra ruta del día siguiente. Y a dormir, al fin en una cama...

 

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