Sábado, 12 de Julio

Volver a la ciudad

Si bien el plan inicial hubiera podido ser levantarnos pronto e intentar hacer una mini excursión hacia kalavrita, se nos pegaron las sábanas (a conciencia y con conocimiento de causa, eso sí), y finalmente nos levantamos a las 10 de la mañana. Bajamos a desayunar un café (que nos costó 2 euros, leches), y que untamos con los restos de nuestras galletas de súper. Le dijimos al tío del hotel a ver si podíamos dejar allí el equipaje, y nos encaminamos a la playa de piedras. Tras un breve recocimiento al sol, nos lanzamos al agua. Qué placer: la corriente era más fuerte y el agua más fría que en el Tirreno.

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El choque de calentarte al sol y lanzarte al agua tiene que rejuvenecer, eso seguro. Aún lo hicimos otra vez más, y encontramos una ducha de agua helada en donde quitarnos la sal. Para no llegar muy tarde a Atenas, la buena era coger el tren a las 4.30, así que nos dirigimos a la estación y esta vez no hubo que pagar Prenotacciones. ¡¡Bieeeen!! Eso sí, no había plazas marcadas, y el tren fue llenándose poco a poco de gente. Hemos descubierto para qué sirven las cuadrículas del billete del interrail: cuando no es un intercity, como no te dan billete, tienes que apuntar fecha, hora, origen y destino del tren.

Una vez montados y sentados, descubrimos que los tres mozos que iban al lado nuestro eran de Valladolid: nos pusieron al día de su viaje, y descubrimos que en el Interrail no solo entra la HML para cruzar en ferry el adriático, sino que también puedes ir en el superfast, que te cobra lo mismo, va mas rápido, y tiene piscina. Eso sí, este debe salir de Bari, pero la verdad es que nos da completamente igual ir a Bari o a Brindisi. Estamos empezando a plantearnos parar a la vuelta en corfú para partir nuestro crucero en dos mitades mas llevables.

Al lado mío iba un alemán, que también había venido en el superfast, y con quien Fran y yo entablamos una breve conversación en nuestro chapurreante inglés.

De nuestro viaje en tren no hay mucho que destacar: lo más guapo fue cuando atravesamos el canal que separa el Peloponeso de la Grecia continental: nos pilló a Eneritz y a mí fumándonos un cigarro en el descansillo, y vimos que era un puentecillo super corto y sobre escarpadas pendientes. La verdad es que ahora vemos que hicimos bien en parar en Diakoftó antes de seguir hasta Atenas, ya que creo que éste ha sido el viaje más agobiante con diferencia (sin olvidarnos del hacinamiento venecia-nápoles, claro).

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Y así llegamos a Atenas, a eso de las 8.30 de la tarde. En la estación ya había peña apostada que intentaba llevarnos a sus caros hoteles, pero con el trotamundos de Fran y Eneritz fuimos a la caza del Annabel Youth Hostel, en el que ya habíamos hecho reserva telefónica. No teníamos plano, así que simplemente nos encaminamos a la plaza Omonia, en cuyos alrededores estaba, y nos dispusimos a preguntar. Al primer hombre que le pregunté, me contestó un extraño galimatías y me confesó que era albanés y que no tenía ni idea ni de griego (y a mí qué) ni de ingles. Luego le pregunté a otra señora que me preguntó a ver qué idioma prefería: inglés o alemán. Y cuando digo señora, es que era una mujer de unos sesenta años. Tócate las narices.

Finalmente encontramos nuestro antrillo sin demasiada dificultad. El hotel era curioso: un recepcionista con cara de palo pero muy enrollado. Primero nos ofreció dos habitas: una de tres a 10 euros cada y otra de dos, pero si nos metíamos los cinco en un torreón, nos salía a 8 euros cada uno. Visto el bunker que era la habitación doble, optamos por esta última risparmiante opción y proseguimos nuestro hacinamiento colectivo en aras de la sanidad de nuestras arcas. La verdad es que la habita era un puntazo: dos habitaciones con dos camas cada uno, y un colchón en el suelo. Teníamos lavabo, ventilador y un lugar donde tender nuestra cuerda de la ropa. Estábamos cerca del báter, y la ventana daba a otra escalera de caracol que ascendía a otro torreón alquímico aún más alto que el nuestro.

Nos pegamos una refrescante ducha (y tan refrescante, porque a Juan y a Igor no les llegó el agua caliente) y salimos a tomar un primer contacto con la ciudad.

 

Con las guías en la mano nos salimos a buscar un extraño restaurante de nombre largo y complicado: ouzomezedopolio to Athinaikon, especializado en Mecedes, que es como les llaman los griegos a las tapas. Eso sí, al llegar vimos que se notaba el efecto recomendación del trotamundos y del lonely planet: al lado nuestro estaban dos catalanas, y enfrente una familia sudamericana. El bar estaba decorado muy guapo, como con portadas de revistas antiguas griegas, y en plan con madera, etc...

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Nos pedimos un cervezolo heineken a 2 euros y luego nos pedimos tres platos más caros (croquetas de gambas (celestiales), pulpo al vino (fantástico), mejillones al queso feta (buenos pero un poco fuertes) y luego cinco platos más baratos: dos de una especie de sardinillas, una especie de gazpacho para untar con pan, otro plato que tenía patata pero que no tenemos ni idea de lo que era: una especie de revueltillo tipo pisto; y por último alguna ensalada. Los griegos le echan mogollón de pepino a las ensaladas, y a mí me repite, así que estoy tratando de evitarlas. Eso sí, lo mejor de todo el postre: Yogur griego. ¡¡Qué bueno!! Con miel y nueces, absolutamente delicioso. Con la tripa llena y gran curiosidad, tratamos de buscar la zona de juerga. Habíamos leído que había baretos guapos por la zona del politécnico y del museo arqueológico, al noreste de Omonia, y a unos quince minutos a pie de nuestro hotel; así que allí que nos dirigimos.

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    Había mucha terracita con gente sentada, pero poca juerga; y el único bar con pintilla cañera era un tal “Hard Rock Underground” o algo así: garito oscuro, semi heavy, y de música alta.
    Entramos y nos pedimos 4 cervezotas y una cola, y aquí vino el clavadón anti rispármico. 4 euros la cerveza, 3 euros la cola. Nos las bebimos compungidos y huímos cual ratas de barco que se hunde a nuestro barato hotel: Una noche = dos cervezas. ¡¡Aaaahh!! Pues eso, que nos dirigimos a nuestro oscuro, négrido y caluroso torreón a descansar para el pateo posterior.
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