![]() |
A las 8.30 de la mañana llegamos a Burdeos, y el revisor iba cabina por cabina avisando a todo el mundo de que había que levantarse. Recogimos todos nuestros bártulos y de nuevo el primer paso fue acudir a comprar nuestro billete a Hendaia, y prosiguiendo con nuestra fantástica racha de buena suerte, resultó que no había ningún tren hasta las cinco de la tarde. Caca, culo, pedo pis. Consignas caras, muchas horas por delante. Evidentemente, cargando de nuevo con esos infernales bultos a nuestra espalda (el mío pesaba un huevo con tanto regalo, doy fe), nos encaminamos al centro de Burdeos a pasar el día. La primera parada fue una panadería, en donde nos compramos un bollo o algo similar para desayunar. Una vez comidos, continuamos andando y llegamos a una plazuela en donde había una especie de rastro chacho. Nos habíamos comprado un brick de zumo en una tienda, y allí que nos lo bebimos, mientras contemplábamos pasar a la gente. Cuando nos cansamos de estar sentados, seguimos andando y llegamos a la Iglesia de St. André. Entramos a mirarla, era bastante grande. Habíamos dejado nuestras mochilas en la entrada, pero una mujer con aspecto beato nos vino a indicar que no podíamos hacer eso, que igual nos las quitaban. Y otra vez a cogerlas, tratando de desplazarnos con ellas a cuestas. No se que hora era, pero se acabó el horario de visitas y nos echaron a todo el mundo, así que de nuevo a la calle. Encima, lo que queríamos era un banco, pero todos los alrededores estaban en obras y no había donde sentarse. Al lado estaba el Ayuntamiento, y entramos a ver si es que había algo de información o algún plano allí; y efectivamente. Decir que el ayuntamiento era realmente bonito: un edificio antiguo con un patio interior; y las puertas eran de madera y viejas, pero extrañamente tenían una célula fotoeléctrica y la puerta se abría sola. Nos sentamos un rato allí, en torno a una gigantesca mesa de madera, para ver los distintos folletos. Ya con un plano de la ciudad, seguimos dando una vuelta, y la verdad es que a mí Burdeos me pareció una ciudad bonita. Había bastante movimiento de gente, mucho edificio impresionante en los lugares mas curiosos, mucho parque... creo que merece la pena ir a conocerla. Vimos un virgin y entramos a curiosear música. La verdad es que la globalización musical se está volviendo bastante preocupante, porque no había allí nada que no hubiera en las tiendas españolas. Eso sí, aprovechamos para ponernos los cascos y escuchar músicas por pasar un rato el tiempo sin la mochila cargada en la espalda. Salimos de nuevo al exterior, y encontramos un parque donde tirarnos en la hierba. Allí sacamos el parchís, y echamos una partidita entre los dos. Yo gané, como parece que era la línea general de los últimos tiempos. Se ve que especialmente Grecia y Francia me dieron buena suerte. Nos comimos finalmente las famosas sardinas picantes greco-vascas, y la verdad es que tampoco picaban tanto. Estaban muy buenas. O teníamos mucha hambre. Nos tumbamos un ratillo, y recordé que debía llamar a casa para avisar de cuando llegaba. Así que me fui a buscar una tarjeta de teléfono, aunque me obligaron a gastarme 5 euros. Es que esto de las cabinas con tarjeta es una putada: si quieres hacer una llamada corta te fastidias, porque como te hace falta una tarjeta, tienes que comprártela por más. Y encima la de menor precio era la de 5 euros. Vaya ganga. Una vez comprada la tarjeta y telefoneado a la madre y a María, por gastarme más, yo que se, retorné al parque y hice yo también una de tumbarse. Mas tarde fue Juan a tratar de llamar por teléfono, pero su madre no estaba en casa. Cuando faltaba una hora para que saliera nuestro tren, decidimos arrancar hacia la estación, porque según el mapa, a lo tonto a lo tonto nos habíamos pegado un pateo bastante indecente. Al coger nuestras mochilas descubrimos unos bichos blancos semitransparentes que se metían por todos los recovecos tanto de ellas como de nuestra ropa. Nos sacudimos mas o menos, aunque luego seguirían apareciendo cadáveres de bichos bordeleses mientras íbamos en el tren y una vez llegados a nuestra tierra. Pateamos como endemoniados, porque el tiempo apuraba, y no llegábamos a la estación. Hicimos alguna breve parada para recuperar el resuello, pero por lo demás, llegamos a la estación completamente rojos, con gotones de sudor que nos corrían por todos los sitios, y yo personalmente con un reseco impresionante. El tren iba bastante lleno, y buscamos sitio en un vagón con cabinas de seis personas. Dejamos nuestros bártulos, y tratamos de recuperar la respiración. El viaje duró tres horas, y fue amenizado por un niño psicótico que desde la ventanilla del pasillo me sacaba la lengua activamente mientras yo le hacía burla. Cuando digo que el tren estaba bastante lleno, es porque había gente por los pasillos, en los descansillos, sentada en el suelo, de pies... en una de las ocasiones en que me fui a fumar al lugar adecuado para ello, me di cuenta de que nosotros estábamos viajando en primera, je, je... cuando nuestro billete era de segunda. Pero como nadie vino a reclamarnos nada, pues eso... Eso sí, la mayoría de la gente se bajó en la parada de Biarritz, y el tramo final del viaje fuimos casi solos en el tren. Iban con nosotros dos portugueses a los que no entendíamos lo que hablaban. Como vimos que el tren llegaba hasta Irun, decidimos bajarnos allí en vez de en Hendaia. Al llegar a Irún, perdimos por segundos el tren hacia donosti. Le pedimos a un segurata que nos sacara una foto de fin de viaje, y el tío, a lo Sara Montiel, nos dijo eso de Fotos no. Tras reírnos un rato, y después de que nos sacaran la foto unas mujeres que allí habían (como puede verse, no salió dicha foto, porque el carrete ya estaba terminado), nos encaminamos al topo, que resultó que salía en veinte minutos. Y así finalizó nuestro viaje: montados en el tren de cercanías a Donosti. Ante la entrada de nuevo en nuestra tierra, basta ya de diario. FIN DE LA HISTORIA Y AHORA, COMPRE EL GRANDES ÉXITOS DEL INTERRAIL POR UN MODICO PRECIO |
![]() |