Tras una parada en Te Anau, emprendimos el camino a Milford Sound con la esperanza de aprovechar allí el sábado, pero nuestro gozo en un pozo. El camino: la carretera en su mayoría no era tan horrible como la pintaban, sólo el último tramo. Paramos en un sitio llamado Mirror Lake y continuamos el ascenso...
Arriba, momentos de conducción de Kris. A la derecha, el Mirror Lake, que en día soleado y ausencia de patos debe ser otra maravilla como la del lago Matheson. |
Cuanto más arriba, más niebla envolvía todo. Se podían entrever pendientes casi verticales con torrentes que caían formando pequeñas cataratas. Llegadas a un punto, había un túnel fantasmagórico en pendiente que se llamaba el túnel de Homer y, al salir, ibas atravesando pequeños puentes sobre ríos salvajes. Milford Sound es el paisaje de la niebla eterna. Llovía todo el rato, pero es que en realidad la condensación creaba una capa de humedad contínua. Milford en sí era un muelle, un bar, una gasolinera automática y una tienda de souvenirs. El famoso Milford Track solo puede hacerse en un sentido, y hay que pagarlo. Ninguna expedición sería posible hasta que nos montáramos en nuestro crucero...
La postal de abajo es como se ve en un día soleado (que evidentemente no tuvimos)...
En el crucero nos quedamos la mayor parte del tiempo en la parte de fuera. Vimos cataratas que caían a nuestro lado sobre un agua verde oscura. Tus ojos casi no daban para la vista vertical a la que nos enfrentábamos. Duró una hora y tres cuartos y, en el retorno, el barco paró al lado de una roca donde había cinco focas regodeándose al solete. Una estaba completamente despanzurrada, dos semidurmientes y otras dos jugueteando entre sí...
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Y así abandonamos ese paisaje tan tremendo. La foto de la derecha es lo que
se ve de Milford en la distancia. De ahí condujimos hasta Gore, el punto más
meridional que alcanzaríamos en nuestra ruta. Parece ser que es la capital
de la trucha: era bastante grande y en nuestra primera parada nos aparcamos
al lado de todos los jovencitos borrachuzos y porretas que hacían su juerga
en el interior de sus vehículos. Luego paramos al lado del monumento a la
trucha y la clock tower, que nos daba incluso los cuartos con sus tañidos
electrónicos. Puede verse que la noche fue bastante infernal: entre tañidos
varios y coches llenos de vociferantes lugareños que le daban al claxon
desaforadamente.
Bueno, llega el siguiente día: cambiamos de costa y comenzamos a ascender la isla sur... |