Bay of Islands

    Nuestro primer objetivo: Pakiri Beach, al lado de Wellsford. En teoría, según la suma de Kris, 217 kilómetros que finalmente ascendieron a 313 kilómetros clavados, con una parada en un restaurante de carretera porque el hambre "apetraba". Atravesamos Thames, Takapuna, Orewa, el anillo de auckland, en donde enganchamos un atasco inhumano, y seguimos el ascenso hacia Warkworh y Wellsford, donde tomamos el desvío a Pakiri. Cuando el cansancio aprieta, también comienza la risa histérica: una vaca nos mugió dándonos un susto de la leche, había mogollón de Tuis o aves gallináceas a las que casi atropellamos (Kris diciendo "No morir, no morir" emulando a las gaviotas del pequeño Nemo con música de "Obsesión"). La playa era remota de cojones, con cachos de gravilla en vez de asfalto, pero la verdad es que era muy guapa. Había surfistas a saco, como cuervos, todos juntos, pero al anochecer todos nos abandonaron en el parking y la noche fue tranquila. Yo dormí reventada, tras la fusión de mi culo con el asiento de Lola y de mi pie con el acelerador. Andaba como la mujer de hojalata.

Al día siguiente comenzamos ya nuestros momentos bay of islands, aunque estuvimos un poquito gafes. Despertamos motivadas y, tras alimentar a Lola en Wellsforth, subimos a Whangarei para tareas más mundanas. Esto es, pedazo depilación de piernas, ingles y bigotes, compra de algunos otros souvenirs... conseguimos aparcar a la primera, sin OTA y en calle super céntrica (Cameron Street) y si bien en el primer lado que miramos no tenían hueco, en el segundo sólo podían depilar a una y nos costaba 60$, mientras que en el último nos cobraban 45 $ (mas 10$ del bigote) y nos podían atender a las dos.

    Curiosidades: tuvimos que firmar una autorización como con los tatuajes y piercings y para extenderte la cera usaban una especie de aplicador. Depiladas y felices nos entró el hambre y tuvimos que ir a llenar nuestros estómagos con un filetón con una salsa de setitas, ensalada y patatas fritas (29$).

Y así continuamos nuestro camino. IDEA: subir por una comarcal hasta Russell. LLEVARLO A LA PRÁCTICA: Imposible. Nos metimos por una especie de pista forestal-camino de cabras y retrocedimos de nuevo. NUEVO PLAN: hasta Opua, donde tomamos una cerveza con una tipa enamorada de España que había vivido en Algeciras; y cruzamos hacia Russell en una barcaza por 10$. Como casi iba a anochecer, nos buscamos al lado de Russell una playita y allí acampamos. Los viejitos de la casa de enfrente nos observaron y corrieron las cortinas, pero pronto verían que somos inofensivas. Yo estuve un rato escribiendo en la hierba, pero los bichos comenzaron a devorarme, por lo que ambas tomamos posiciones dentro de Lola. Tras sesión musical radiofónica apagamos el chiringo y nos sobamos.

    Al día siguiente nos despertamos pronto, porque cuando dormimos delante de un vecindario nos entran ciertas inquietudes. Y hablo de las 7.30 de la mañana o algo así. Vamos, que pronto de verdad. Nos fuimos a Russell ciudad para desayunar en un bar y, como al principio no encontrábamos ninguno, nos fuimos a la church, que tenía un cementerio, y estuvimos mirando tumbas. La que más me llamó la atención fue una doble de dos niños hermanos. Una niña, la segunda hija, de cuatro años y cinco meses; y un niño, el quinto hijo, de tres años, que habían muerto en el mismo año (creo que 1854) con un mes de diferencia. La lápida rezaba el tan manido "dejad que los niños se acerquen a mí". Buff, cuantas historias podrían idearse a partir de aquí.

Kris preguntó por un sitio donde desayunar y nos mandaron al Waterfront, justo enfrente del puerto, donde tomamos café y comimos ricas tostadas con mermelada casera. Allí me pegó una petrona y tuve que ir corriendo al báter. Como anécdota, cuando entré en uno de ellos descubrí que no había papel y, al intentar salir para ir al otro, no podía abrir la puerta. Momento de pánico: encerrada en un báter público, cagándome y sin poder evacuar. Tras varios empellones conseguí abrir la puñetera puerta y comenzamos nuestra ruta por bay of Islands como tal. Al principio pensábamos volver a Russell para irnos vía ferry a Paihia, pero luego decidimos que era más lógico bajar por toda la carretera hasta la nacional en el punto que no habíamos conseguido encontrar a la subida.  Alguna paradita en el camino:

Así, nuestra primera parada tranquila y meditativa fue Rawhiti donde, analizando la lonely, descubrimos que había un track de 2 horas 30 minutos ida y vuelta hasta Whangamumu harbour, en donde había playa. Así pues, reculamos un poco por el camino de grava por el que habíamos venido y descubrimos la entrada al track.

     Era curioso, porque el parking estaba en los terrenos de una casa y tenías que ir a pagar allí 3 dólares. Hicimos lo propio y comenzamos nuestro track. Al principio llaneabas por prados con ganado, pero pronto empezabas a trepar como una cabra. Salvo algunos tramos, no era una pendiente muy pronunciada, pero era tan larga que acababas con la lengua fuera. Eso sí, al llegar a lo mas alto, el premio: una vista que te cagas de una bahía pequeña y bonita, con su playita de arena. Bajamos una pendiente mucho mas bestial y explotamos un poco nuestro esfuerzo tirándonos en la arena a tomar el sol. La Kris enseguida planteó nudismo, pero el mío se abortó antes de empezar cuando una panda de viejetes excursionistas pasaron por nuestra vera para seguir el camino. Además, un yate anclado en medio del lago seguro que andaba poniéndose las botas, ja, ja... cuando el sol nos lo ocultó una nube gigantesca y el hambre empezó a apretar, volvimos a Lola.

    Evidentemente, Lola era un hornete (¡¡pero nuestro hornete, que conste, que maja!!) y seguimos un poquito mas adelante para parar a comernos un sandwich. Nuestra parada fue en Taupiri bay pero, horrorizadas, descubrimos que nuestro pan había sido engullido por una colonia tumultuosa de hongos verdes, por lo cual enrollamos lonchas de jamón con queso y lo comimos in situ. Todo esto con un colacao, no fuera que la leche se pusiera mala. Con la tripa llena, nuestro siguiente destino fue Oakura, una especie de pueblo en el que incluso había gasolinera. Yo quería una cerveza, pero el único amago de bar que había no vendía alcohol, así que me conformé con un gigantesco batido de chocolate.

     Allí organizamos un poco nuestras intenciones viajeras y optamos por pasar la noche en Helena Bay, que era el último punto costero de bay of islands. El problema fue que se puso a llover y tuvimos que hacer el vegetal dentro de Lola desde las seis de la tarde, todo ello acompañado de una pedazo galvana mía infernal. Eso sí, el sitio precioso, en un mirador donde oías romper las olas y las tenías casi a tus pies.

Pasar a la siguiente página