Hastings

     Llegamos a Hastings cuando estaba anocheciendo. En la gasolinera de la entrada del pueblo preguntamos cómo buscar curro en la manzana, y el amable señor me dijo que en el periódico, y además me ayudó a buscar varias ofertas. Ya en la ciudad, sabíamos que un albergue de backpackers daba curro, así que allí nos dirigimos, pero estaba cerrado. Entonces llamé por teléfono a un tal Chris Farrey y me dijo que vale, que al día siguiente a las 8 de la mañana en una dirección que me dio en Havelock north. Como mi conversación con él fue bastante infernal (tuvo que repetirme ocho veces la dirección, tengo grandes problemas con los deletreos), fuimos a Havelock, que resultó ser un pueblo con cierto encanto, y una vez ubicado el sitio nos paramos a la vera de la carretera, comimos algo y dormimos como perras...

     Al día siguiente, la mañana comenzó bastante desastrosa. Nos despertamos a las 7.15 para encontrarnos con nuestro futuro jefe. Entramos en las tierras marcadas con esa dirección y encontramos alguna que otra fregoneta como las nuestras, y tiendas de campaña. La gente currela eran mujeres, pero un tipo de aspecto nórdico conducía un tractor. Claro, nosotras toas emocionadas, pero nuestro gozo en un pozo. Lo que interesa es gente que haga la campaña entera, que son dos meses, y nosotras solo queríamos una semana. Desmoralizadas, volvimos a Hastings. Como hasta las nueve no abrían el albergue del día anterior, hicimos tiempo paseando por la calle principal. Al entrar finalmente nos dijeron que el curro mínimo eran dos semanas, así que fuimos a llamar a otra oferta del periódico y otro tanto de lo mismo. Frustradas, decidimos meternos a internet, pero como el tipo no abría (en teoría la apertura era a las diez de la mañana), llenamos en los báteres públicos nuestras botellas de agua y acabamos subiendo de nuevo al internet del albergue. Escribimos nuestros mensajes y... ¡sorpresa! conocimos a Luna, una moza gallega encantadora. Luego encontramos también a Andrea, una chica austriaca conocida de Luna y nos fuimos a tomar cafés y zumos.

     Como ambas eran majas nos las llevamos de excursión a Cape Kidnappers, al lado del pueblo Te Autanga. No se podía llegar hasta el extremo del cabo, porque la carretera acababa en un camping, pero mojamos nuestros pies en aguas color turquesa, y comimos en un garito al solete.

     A la vuelta, Andrea tuvo que irse, y comenzamos a hablar ya en castellano desaforadamente. Y tan desaforadamente: con distintos escenarios (una terraza, caminando, un súper, la casa donde estaba Luna, que era de una amiga que conoció en Escocia pero que ahora estaba vacía por unos días y ella la cuidaba). Tratamos distintos temas: nuestras respectivas aventuras y desventuras kiwis, política, nuestra tierra, religión, trabajo, maternidad, hombres... ¡¡de tó!! un solete de mujer, mas adelante volverá a aparecer en nuestras vidas. Aquella noche nos cenamos una peazo ensalada con tomates de huerta y, de postre, un paquete de galletas. Y ná, que luego dormimos en Lola aparcadas fuera de la casa: noche de barrio residencial.

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