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Al día siguiente, la mañana comenzó bastante desastrosa. Nos despertamos a
las 7.15 para encontrarnos con nuestro futuro jefe. Entramos en las tierras
marcadas con esa dirección y encontramos alguna que otra fregoneta como las
nuestras, y tiendas de campaña. La gente currela eran mujeres, pero un tipo
de aspecto nórdico conducía un tractor. Claro, nosotras toas emocionadas,
pero nuestro gozo en un pozo. Lo que interesa es gente que haga la campaña
entera, que son dos meses, y nosotras solo queríamos una semana.
Desmoralizadas, volvimos a Hastings. Como hasta las nueve no abrían el
albergue del día anterior, hicimos tiempo paseando por la calle principal.
Al entrar finalmente nos dijeron que el curro mínimo eran dos semanas, así
que fuimos a llamar a otra oferta del periódico y otro tanto de lo mismo.
Frustradas, decidimos meternos a internet, pero como el tipo no abría (en
teoría la apertura era a las diez de la mañana), llenamos en los báteres
públicos nuestras botellas de agua y acabamos subiendo de nuevo al internet
del albergue. Escribimos nuestros mensajes y... ¡sorpresa! conocimos a Luna,
una moza gallega encantadora. Luego encontramos también a Andrea, una chica
austriaca conocida de Luna y nos fuimos a tomar cafés y zumos.
Como ambas eran majas nos las llevamos de
excursión a Cape Kidnappers, al lado del pueblo Te Autanga. No se podía
llegar hasta el extremo del cabo, porque la carretera acababa en un camping,
pero mojamos nuestros pies en aguas color turquesa, y comimos en un garito
al solete. |
A la vuelta, Andrea tuvo que irse, y comenzamos a hablar ya en castellano
desaforadamente. Y tan desaforadamente: con distintos escenarios (una
terraza, caminando, un súper, la casa donde estaba Luna, que era de una
amiga que conoció en Escocia pero que ahora estaba vacía por unos días y
ella la cuidaba). Tratamos distintos temas: nuestras respectivas aventuras y
desventuras kiwis, política, nuestra tierra, religión, trabajo, maternidad,
hombres... ¡¡de tó!! un solete de mujer, mas adelante volverá a aparecer en
nuestras vidas. Aquella noche nos cenamos una peazo ensalada con tomates de
huerta y, de postre, un paquete de galletas. Y ná, que luego dormimos en
Lola aparcadas fuera de la casa: noche de barrio residencial. |
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