La mayoría de las cosas de la Forgotten History Highway eran chorradas, pero tuvimos un pequeño punto surrealista. En un punto del camino había que desviarse 17 kilómetros para ver un lugar históricamente importante en donde se erigieron dos tótems: uno para declarar el inicio de una guerra y el otro para declarar la paz. El hecho es que esos 17 kilómetros eran por una carretera curvosa, estrecha y de grava. Cuando llegamos allí no encontrábamos los pirulos, pero estuvimos caminando un rato por un bosque hiper cerrado de helechos en donde vimos un pajarito que desplegaba su cola en forma de abanico. El camino llevaba a una catarata muy guapa que se veía desde un mirador. De todas formas, aquel día teníamos el síndrome de la pantera rosa, ya que la nube nos seguía y pronto comenzó a llover. Volvimos con Lola y nos encaminamos de nuevo a la general. Tuvimos que pararnos tres veces porque pillamos en distintos puntos tres rebaños de ovejas y, particularmente, uno de los rebaños trató de embestirnos y otro no quería apartarse de nuestro camino.
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En general, carretera bastante infernal pero con unas vistas espectaculares. A mitad de camino había un tramo de grava y, en general, había curvas para parar un tren. El paisaje predominante era lo que la Krispula y yo denominábamos "tetitas", que eran pequeñas colinas redondeadas y de mullida vegetación.
Nos habían dicho en el sitio de información que había un café con unas vistas espectaculares en donde podías comer. Teníamos bastante hambre, pero no es simplemente que el garito estuviera cerrado, sino que además tenía incluso un cartel de "se alquila". No entendemos nada, porque la señora del centro de información nos pidió que le dijéramos a la propietaria que le enviara postales. Evidentemente no pudimos hacerlo, y proseguimos hasta la llamada "república de Whangamamata", que se supone comunista y que eran cuatro casas, un bar y un hotel en el que tenían un breve periódico de tono jocoso que hablaba acerca de los tres alcaldes precedentes. Allí nos ocmimos dos hamburguesas y firmamos en el libro de visitas bajo la petición de la propietaria a la cual, en la línea, la hizo mucha gracia que fueramos españolas.
Poco a poco iba empezando a oscurecer, así que nos hicimos ya de una tirada el camino a Stratford. Lo único curioso que habíamos leído de dicha ciudad era que sus calles tenían el nombre de novelas y personajes de Shakespeare; así que optamos por echar gasofa, contactar de nuevo con Cushla y Richard y seguir hasta New Plymouth; y eso hicimos.
En New Plymouth nos liamos un poco para encontrar la casa pero, como siempre, fuimos a la gasolinera a preguntar la dirección y allí que nos enviaron. Cuando encontramos la casa y llamamos a la puerta, nos salió un tipo rubio desconocido que nos hizo entrar y que nos dejó con la duda de si nos habíamos equivocado; pero pronto apareció Richard informándonos de que Denise estaba en la ducha y dándonos uno de sus abrazos de oso.
Ese día él y su amigo Alex (También novio de la hermana de Cushla) habían estado pescando y nos hicieron pescado fresco con azúcar moreno y miel, que estaba bastante bueno. El rubiales inicial resultó ser el hermano pequeño de Cushla, un crápula autista que llevaba un año en su jardín ocupando una parcelilla y con su caravana y gorroneándoles la comida.
También conocimos a Jack, su nueva mascota: un perro precioso de ojos tristes de raza australiana. Era muy jovencito, y sólo llevaba una semana en casa, así que andaba cagándose y meándose por todos los lados y comiéndose lo que pillaba a su alcance.
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Tras cenar y charlar, nos fuimos a dormir a la habitación de invitados, que tenía dos colchones en el suelo. Había sido un día intenso y estábamos machacadas. Ah, por cierto, la Kris tenía el pie como una bota. Recordemos que todos los monstruos la pican mayoritariamente a ella.. bueno, pues tenía una picada en el pie de la leche...
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Al día siguiente quedamos con Richard en el puerto para dar una vuelta en el barquito de su padre; porque él se fue antes para prepararlo y tal. Cuando llegamos, estuvimos un ratito sentadas en una playa al lado del embarcadero; y pronto aparecieron en el muelle Richard, su padre y su tío. El barquito era realmente pequeñito, pero muy guapo. Jack, el gran perro asesino, dormitaba tan feliz en el suelo. Cuando tuvieron todo a punto, zarpamos con el motor puesto y, al salir del muelle, desplegamos velas. Como el barco era tan pequeño, al principio Krispula y yo nos introdujimos en las interioridades, pero cuando desplegamos velas, el padre de Richard se pasó a proa y nosotras salimos de nuestro agujero. Richard se quejaba de que no había mucho viento, ya que íbamos a unos 10 kilómetros por hora pero el día anterior habían ido mucho más rápido. Estuvimos allí navegando hora y pico y, luego, al volver al muelle, recogimos velas, mástil y todo y asistimos a la recogida del barco. Ya en tierra descubrimos que nos habían hecho un reportaje fotográfico. Su tío, que no había venido, había ido por tierra persiguiéndonos con la cámara. |
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Cushla salía de trabajar en un par de horas, así que, una vez los tres solos, nos fuimos al restaurante del museo. Es una pena, pero sólo pudimos pedir pizza por la hora que era ( si bien los platos tenían muy buena pinta) pero hay que decir que incluso la pizza estaba cojonuda. Nos pedimos tres distintas: la mía era dulce3, con piña; la de Kris carnívora y gigantesca; y la de Richard con salsa barbacoa; así que anduvimos haciendo intercambios culinarios.
Ya que estábamos allí nos metimos al museo, que tenía dos zonas: una
centrada en fauna, en formación geológica del Taranaki y en ciencias en
general; y otra parte maorí. Allí nos enteramos de la leyenda de Taranaki,
que peleó contra Tongariro por una mujer y salió derrotado, arrastrándose
hasta donde está hoy en día. Respecto a la lengua maorí, descubrimos que
existen distintos dialectos ya que había leves diferencias con el
vocabulario que habíamos aprendido en la parte norte.
Una vez satisfecha nuestra necesidad de conocimiento, nos fuimos a la calle principal para encontrarnos con Cushla y dimos un breve paseo pro el puerto. Ese paseo debe ser bastante largo, pero nosotras nos limitamos a la zona cercana en donde Lola estaba aparcada. Nos fuimos a casa y Richard y Cushla nos pusieron Ocean's twelve, película que fui incapaz de entender, ni con los subtítulos puestos. Entre tanto flashback y que a veces desaparecían los subtítulos en inglés, opté por meterme en Internet, jugar con Jack, irme fuera a fumar cigarros y escribir en el diario. Luego todos nos fuimos a dormir. |
El día siguiente salió triste y nublado: proseguimos con el efecto pantera rosa, con la nube lluviosa persiguiéndonos sobre nuestras cabezas. Cushla seguía trabajando, porque las vacaciones de semana santa en Nueva Zelanda únicamente pillan viernes y lunes; y cuando conseguimos levantarnos de la cama (bastante mas tarde de lo previsto) Richard decidió darnos nuestra primera clase de surf. El traje de neopreno para mí no fue demasiado complicado, aunque para Kris fue otro cantar y le quedaba un poquito grande.
Con todo el equipamiento cogimos el 4x4 y allí que nos fuimos. La primera coña fue ponerse el traje ya que, además de que en general cuesta bastante, yo me lo puse al revés en todos los sentidos. Me explico: lo negro va para fuera, y yo me lo puse por la parte azul; pero es que encima la cremallera va a la espalda, y yo me la puse por delante. Tras la chufla inicial, primero nos pusimos en la arena: símbolo de la tabla a la altura de los ojos y pies juntos, porque si no pierdes el equilibrio. Richard nos explicó un poco como ponerse de pies, pero no le dio mucha importancia, porque nos dijo que si conseguíamos ponernos de pie en la primera clase, que entonces éramos unas superdotadas; y como no tenemos tan alta estima de nosotras mismas, ni siquiera lo intentamos. Eso sí, era curioso que bastante antes de que llegue la ola, tu empiezas a remar con los brazos (¡paddle! ¡paddle! nos gritaba Richard) y entonces alcanzabas una velocidad de la leche que te llevaba hasta la orilla. Fue una experiencia muy divertida, el único problema fue que esa mañana me había levantado con el cuello un poco tieso de una mala postura, y tanto paddle paddle me pegó una tortícolis impresionante que me duró un par de días. |
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Terminada la clase, el hambre acuciaba y nos largamos a casa. El Richard se hizo unas tortitas con huevos, maíz y potingues varios en la sartén y conseguimos pasar todas nuestras fotos digitales al ordenador.
Hicimos tiempo a la llegada de Cushla tocando la guitarra, viendo Shrek y jugando con Jack, pero cuando Cushla llegó la dolían mucho los ovarios y fue a acostarse. Luego llegó su hermana pequeña y nos dio huevos de chocolate, que parece ser una tradición el comérselos el lunes (nosotras nos los comimos ese mismo día, no somos animalas de costumbres aunque sí de bellota).
Fuera llovía y llovía, y en un momento de parada nos fuimos a hacer un pequeño paseo, que resultó ser ponernos a trepar Paritutu Hill, un peñasco de al lado del mar que no tenía sendero. Escalabas agarrándote a piedras y a un cable de acero.
Richard nos contó una historia que entendimos más o menos. Un pakeha y una maorí se casaron y tuvieron un hijo. El hecho es que el tipo tuvo que refugiarse en la Sugar Loaf Island, porque querían matarlo; y estuvo allí viviendo uno o dos años. Su mujer y su hijo, que era un bebé, en un momento concreto, tuvieron también que escapar y subieron aquí. Era muy fácil de defender, ya que ella les tiraba rocas a sus asediadores. El hecho es que estuvo allí cinco días, tratando de hacerle señales con fuego a su marido, alimentándose con unos tubérculos que eran una especie de patatas y, llegado cierto punto, hiriéndose para que el bebé pudiera alimentarse con su sangre. Vamos, una especie de heroína Pocahontas a la que no se quien finalmente consiguió rescatar. Richard también nos dijo que este era el sitio favorito de los suicidas de New Plymouth, y no me extraña, porque realmente tenía una altura de la leche. |
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De allí volvimos a bajar y Richard estuvo haciendo el cabra con el 4x4 con
nosotras dentro; y nos dijo que si al día siguiente no llovía, nos llevaría
a hacer le cabra de forma exponencial al día siguiente. En la colina estuvo con nosotras también Alex, el amigo de Richard. Es un tipo majo, aunque muy tímido. Volvimos todos a casa y mientras éstos estaban con Cushla, vimos Aviator, que entendimos bastante (gracias a los subtítulos) y luego a dormir. El día siguiente era festivo, Cushla no trabajaba y venían invitados a cenar.
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Para nuestra tristeza, el tiempo no perdonó al día siguiente. Día lluvioso, brumoso y gris. De las alternativas iniciales que comprendían desde una segunda clase de surf, pasando por hacer el cabra por terrenos de montaña con el 4x4 hasta ir a disparar (sí, sí, el Richard está flipao) pasamos a una situación de inactividad total que únicamente supuso un breve paseo a una playita con Cushla aprovechando que el súper estaba al lado y ella tenía que hacer unas compras. Cuando volvimos, la madre de Cushla ya estaba allí con un perro llamado Shy, viejito, que no llevaba muy bien el exceso de actividad infantil de Jack.
El resto del día pasó entre conversaciones profundas nuestras y la contemplación y análisis de la familia como institución en Nueva Zelanda. Por lo demás, la cena tuvo su punto: Kris se emborrachó con el vino y por una vez yo entendía un poco las conversaciones (un poco, porque pasaron de hablar de la religión católica y protestante y el significado de la semana santa a hablar de EEUU y luego a la marihuana y a la legalización de las drogas). la Kris se puso a jugar con Jack agresivamente y el muy cabrón nos dejó sembradas de mordiscos con sus dientes de alfiler. Por otra parte, la cena estuvo buenísima, sobre todo la tarta pavlova, típica de NZ, que estaba gloriosa. Ya por la noche nos fuimos a dormir a Lola porque los colegas de Cushla se quedaron a dormir y si no no tenían habitación.
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El día siguiente abandonamos New Plymouth y a Cushla y Richard con gran dolor de corazón y emprendimos la ruta hacia las cuevas de Waitomo y Raglan. La recta final de nuestro viaje está servida...