Saint Louis
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El martes 8 de febrero, tras desayunar, nos fuimos a la Gare de routard para pillar un autobús a Saint Louis. Nuestra idea era coger un Sette place, que es un coche de 7 plazas que resulta algo mas caro que el autobús pero bastante más rápido; sin embargo no sabemos si por dificultades idiomáticas o porque los sette place esos eran más madrugadores, acabamos montados en un autobús.

Lo del autobús fue un cachondeo. Allí no hay horarios, los medios de transporte salen cuando se llenan; así que estuvimos mas de una hora esperando la salida. Nuestras mochilas iban encima del autobús, y en el pasillo central se habría un minitaburete de manera que íbamos 5 personas por fila. Además, iba parando cada poco tiempo (sobre todo en las afueras de Dakar hasta haber pasado Thiès) y también en los alrededores de Louga, pueblo por el que también pasamos pese a que no pillaba exactamente de camino. La cosa es que a las 9 de la noche conseguimos llegar a nuestro destino, pero esta vez ya habíamos conseguido reservar habitación para que no nos pasara lo mismo que en Dakar. Nuestra elección fue el Auberge de jeunesse, donde nos dieron una habitación de cuatro aunque luego nos cambiaron a una de dos. Estaba limpio y tenía un patio interior que ejercía de zona común.

De allí nos fuimos a cenar a un restaurante que salía en la guía, el Fleuve plus, que mereció la pena. La putada para Javi fue que no vendían alcohol, pero la calidad de la comida era buena. Y de ahí, a dormir!!

El miércoles comenzamos nuestra investigación de la ciudad. En realidad, Saint Louise es una isla que tiene al este el continente y al oeste un brazo de tierra al final del cual está el parque natural de la Lengua de Barbarie. Lo primero subimos hasta la punta norte de la isla: al fondo, en la lengua de tierra, el barrio de pescadores.

Luego dimos una vuelta a la otra punta de la isla (es muy pequeña, apenas hay que caminar) y nos tomamos una cerveza en una terraza. Allí, mientras hablaba con mi madre por teléfono, vimos un reptil que parecía una mezcla entre lagarto y cocodrilo de lo grande que era, pero al movernos le acojonamos y le perdimos de vista; así que no pudimos ni sacarle una foto.

 

Luego comenzamos a trastear por las distintas calles y tuvimos un encuentro surrealista: cuando estuvimos buscando alojamiento en Dakar, al intentar conseguirlo en el Oceanic, justo estaban dejando el hostel una pareja de franceses. La mujer hablaba castellano, porque era de padre español; y allí en la recepción estuvimos un rato hablando con ellos: que venían de Cabo verde y no sabían hacia donde se dirigían, porque estaban de viaje improvisado. Bueno, pues acabaron en Saint Louis y allí que nos encontramos. Dimos un paseo con ellos y nos tomamos algo en un garito que se llamaba Chez Agnes, con un patio muy chulo. Allí hablamos de distintos temas y descubrimos que estábamos con un ex-comandante de la aviación militar francesa que ahora se dedicaba a asesorar a empresas sobre países árabes emergentes. Buff, que miedo.. y al ir hablando más, descubrimos que habían votado a Sarkozy y que estaban muy decepcionados, pero que la hija de LePen les resultaba interesante. argg.. mas miedo todavía. Bueno, la verdad es que dejando a un lado la política eran de trato agradable; pero lo que nos contaron acojona a cualquiera.

Además, se habían puesto a hablar con un hombre (hablaban en francés, así que nosotr@s poco entendíamos) que resultó ser periodista y que nos hizo una minientrevista para saber nuestra opinión de Saint Louis.

Una vez nos despedimos, decidimos buscar un lugar donde comer; pero ya estábamos fuera de horario y nos costó bastante. Acabamos en un bar que tenía el nombre de una peli francesa (no recuerdo cual) y el tipo que lo regentaba era un francés de sesenta y pico años con un moustache gigante que nos puso un pescado un poco soseras, pero por lo menos pudimos comer algo.

De ahí, a la siesta. A la izquierda, la puerta de nuestra habitación con su patio interior. Para cenar nos fuimos a un sitio que se llamaba Point Nord. De nuevo, una pareja extraña cenaba a nuestro lado: en esta ocasión una mujer de mas de sesenta años occidental con un jovenzuelo senegalés. Y seguimos con las parejas surrealistas...

El jueves nos levantamos con ánimo caminante y cruzamos por el puente al barrio de pescadores. La playa, como puede verse, no era para bañarse: estaba llena de mierda y de restos de pescado: de ahí salían las barcas para ir a pescar. Dice el trotamundos que mas de 20.000 personas viven aquí en 0,3 km cuadrados, y que se niegan a ser alojados en ningún otro lugar.

Caminamos hasta un camping y un hotel donde nos tomamos una cerveza y emprendimos el retorno. Yo me puse coleta y gorra, y me abrasé la nuca; y Jabi, que no se había echado crema, se abrasó la cara. Aquí el sol mete de lo lindo, y eso que era febrero. Miedo da lo que puede ser eso en verano.

Volvimos a comer en el fleuve plus y, tras una siesta, nos fuimos a tomar algo de nuevo al Chez Peggy. Allí, nos encontramos con Alin, un conocido de Javi de su anterior viaje a Senegal. Bueno, en realidad el encuentro no fue accidental. Nos habíamos encontrado con un tipo que debía conocerlo y le hizo llegar el teléfono de Javi. Alin nos llevó a un campamento que estaba montando con otros amigos cerca del camping que habíamos visitado por la mañana; pero tenían una cuadrilla de guiris cenando y nosotros nos fuimos a Le Papayer, una discoteca hiperguiri donde nos cenamos creo recordar que una hamburguesa y donde la verdad, eran bastante bordes. Mientras Javi y Alin pedían yo fui al baño, y parece ser que no le sentó muy bien a la tipa de la barra.

El viernes nos contratamos una excursión a la lengua de Barbarie. Pillamos un guía que rondaba nuestro hotel, y sospechamos que en realidad no entramos exactamente dentro del parque, sino que nos quedamos justo en la entrada.

 

La cosa es que quedamos al lado del puente Faidherbe y allí nos recogieron en coche para llevarnos a una playa, en donde nos montamos en una canoa. Vimos de camino pájaros variados, y yo ví en el agua una medusa gigante que parecía de película de terror. Primero paramos en un cachito de la lengua que era todo playa, y luego seguimos en la canoa hasta un lugar con árboles para hacer allí la comida (un pescado a la brasa que estaba bien bueno).

Javi se atrevió a bañarse, y al ir a dar una vueltilla nos encontramos con un jeep atascado en la arena y con tres catalanes y un francés que cavaban y cavaban en torno a las ruedas para intentar sacarlo, pero a medida que llegaban las olas el coche se hundía más y más. Estuvimos un rato con ellos, pero la verdad hay que ser pendejo. Eso les pasa por meterse en un parque natural haciendo el minga con un jeep. Por lógica, les dijimos que mejor dejaban de cavar y esperaban a que bajara la marea, porque el coche estaba atascado justo justo hasta donde subía, pero se ve que la ansiedad les podía y seguían cavando. En realidad, unas horas después, cuando ya volvíamos al continente, nos cruzamos con una barca llena de senegaleses que se ve que iban a intentar sacar el coche de allí. Quien sabe cómo terminó la historia...

Una vez en el hotel, tras una ducha y una siestilla, nos fuimos a cenar al campamento de Alin. Aunque parezca mentira, hacía un frío que pelaba, y a mí casi me da algo. Estábamos muy cerca del mar y soplaba un viento tremendo.

Al contrario que el día anterior, esta vez no conseguimos encontrar taxi hasta un buen trecho de camino hacia la ciudad; y la idea inicial de ver un concierto en algún bar quedó desechada porque estábamos hechos polvo; así que nos fuimos formalitos al hotel a dormir.

El sábado por la mañana lo utilizamos para decidir nuestro siguiente destino y para buscar la forma de llegar hasta él. Como hasta el martes no salía nuestro ferry de Dakar hacia la Casamance, optamos por parar a mitad de camino en un lugar que se llamaba Loumpul Sur Mer en el campamento de la familia Patel. Llamamos previamente por teléfono y nos dijeron que debíamos llegar a Kevemer, lugar al que nos irían a buscar con un taxi.

Llegar a Kevemer no parecía complicado: coger un Sette place dirección Dakar y bajarnos a mitad de camino; y el alojamiento ya estaba reservado, así que el resto de la mañana nos dedicamos a tomar alguna cerveza en un garito llamado Kora y, de nuevo, en Chez Peggy. Por la tarde andábamos algo flojos, así que nos pasamos todo el día tirados en la habitación: dormitando, leyendo, estudiando francés... En un momento dado me fui a buscar unos bocadillos (que por cierto, la hamburguesa a mí me sentó como un tiro. me dio una cagalera de las buenas).

Luego cenamos en el restaurante Farrah, que en realidad era de comida marroquí, y la mujer que lo regentaba era la esposa del regente de nuestro hotel (de eso nos enteramos luego). Se cenaba bien, pero con mi medio intoxicación de hamburguesa no pude comer demasiado. Y luego, a dormir, que al día siguiente madrugamos para nuestra marcha.

 

Esto era la estación de autobuses de Saint Louis..

 

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